Hoy no voy a hablaros directamente de nutrición, ni de bioquímica,… Aunque sí indirectamente. Hoy quiero compartir con vosotros una experiencia que remueve toda hormona y molécula del cuerpo: ser VOLUNTARIO.
En el año 2008 me fui a Chile a acabar mi licenciatura en Biología. Ya en Sudamérica decidí quedarme por un tiempo más. Así que buceé en la web ecovoluntarios.org y me lancé directa a Perú, para trabajar con una ONG llamada Neotropical Primate Conservation (NPC), que previamente ni conocía.
Os aseguro que esta ha sido sin duda una de las experiencias más enriquecedoras que he vivido, en todos los sentidos.
Tras 24 horas de bus desde Lima, llegué a mi destino: Pedro Ruiz Gallo. Allí me esperaba Nora (de NPC), para regresar en taxi al pueblo de Miraflores, en donde me ubicaría durante el mes de voluntariado.
En un principio mi misión era ayudar a NPC para la conservación del mono choro cola amarilla (Oreonax flavicauda), pero como éramos varios en ese campo, me pidieron si podía dar clases en las escuelas de los alrededores. Y por supuesto, dije que sí. Mi pasión por la docencia, en todos sus aspectos, la llevo muy dentro, me saca sonrisas verdaderas.
Mi colchón era de paja (y muy cómodo, por cierto), mi comida era de verdad. En realidad tenía todo lo que necesitaba: ropa, edredón, jabón, agua, calzado, comida, guitarra, boli y papel.
96 páginas necesité para relatar todo lo que viví, sentí y pensé en esos 30 días. Un placer inmenso poder releerme hoy, tras 7 años.
Comparto con vosotros algún tramo de este diario que escribí para mi familia y amigos:
“Día 1:
Tenemos luz, gas para cocinar, y agua caliente para ducharnos (recién puesta). El agua para beber la compramos embotellada y la que sale aquí del grifo, un poco marrón, la usamos para cocinar tras hervirla un rato.
Las paredes son de ladrillo sin cementar en sus laterales, y las separaciones de los cuartos y el suelo son de madera, dejando separaciones que a veces llegan a ser lo suficientemente grandes como para saludar a Noga y a Sam (los chicos de NPC).
[…]
Día 2: Tras limpiar a fondo nuestro cuarto, nos fuimos a charlas con la señora más vieja de la zona, una de las primeras pobladoras. Nos invitó a sentarnos en unas antigüas sillas de madera en la que había sido su tiendecita de leche y queso, que ella misma elaboraba con la leche de sus vacas. Además, también hacía pan en horno de cerámica.
Ahora ya, viejecita, con sus 80 años muy curtidos, ya ha cerrado su pequeño negocio y se dedica a su marido y a las vacas. Su vida es increíble, por cada arruga, una aventura. Fue una de las pocas niñas no analfabetas porque su padre la escolarizó pronto, junto a dos de las 5 hermanas que eran en total. Finalmente se convirtió en profesora de primaria, y luego montó su pequeño negocio de lácteos aquí, en La Esperanza.
Por momentos me emocionaba con todo lo que nos contaba y cómo lo decía. ¡Cuánto respeto a las arrugas! ¡Cuánto respeto a las vidas vividas!
La conversación terminó nada más llegó su marido y pidió que le fuera servida la cena. Seña se levantó, nos abrazó y nos pidió que regresásemos otro día, que se encontraba muy sola y que le encantaría volver a vernos”.
Y así, lleno de aventuras se queda este diario.
Por último os cito unas palabras de mi última página. En ellas se nota el profundo agradecimiento, crecimiento personal y bienestar que supuso para mí esta aventura. Y más habiéndola hecho sola. Sin duda una forma increíble de estimular mi hemisferio derecho. ¡¡¡ Venía pletórica !!!
“Viernes 1 de agosto de 2008. Tras unos cuantos puteillos míticos aeroportuarios, aquí estoy sentada en el 15J dirección a A Coruña . En el cielo un rojo intenso cubre el horizonte, y en mi cara una sonrisa enorme.
Me siento plena, emocionada, segura, liberada, satisfecha, contenta, con mucho cariño para repartir, con ganas de fiesta y de conversas con amigos y familia. Me siento más fuerte que nunca o, por lo menos, consciente de que lo soy. Una vez más he logrado lo que me propuse, y todo va bien. La botella está medio llena siempre, y me río por ello.
Una vez más un “te quiero” enorme a todos los que han estado presentes. Espero que os haya gustado mi aventura. Ya no pienso que se haya terminado, pienso en que sólo acaba de empezar”.
Y así fue, porque todas las experiencias vividas, y las destrezas que adquieres con ellas, permanecen en ti. Y más cuando hablamos de un voluntariado.
Es pura dopamina, serotonina y endorfinas.
Es estimular el Núcleo Accumbens.
Es anti-inflamatorio.
No hace falta que te cruces el charco, seguro que en tu mismo barrio/pueblo puedes hacer cosas maravillosas.
Sin duda… ¡100% recomendable!
Fotos de la aventura (te recomiendo que pinches sobre la imagen, para leer de qué se tratan cada una






































